Entonces, una idea brillante cruzó nuestros pequeños cerebros de juguete. ¡Tejita! Ella podía ayudarnos. La miramos con ojos llenos de esperanza. —Tejita, pequeña pero poderosa, ¿podrías guiarnos? —le preguntamos con ternura—. Necesitamos encontrar el botón de Leo. Ella, con su cuerpo centelleante, asintió despacio. Sui-suí-sú, comenzó a moverse, sabiendo que su valentía era nuestra única oportunidad. Sus patas proyectaban sombras que danzaban, buscando, buscando.
Con cada paso valiente de Tejita, la sombra se estiraba, más y más lejos, señalando un rincón oscuro bajo la cama. Nosotros la animábamos: —¡Vamos, Tejita! ¡Sí, sí, por ahí! —Ella se deslizaba, sus brillos se reflejaban en la pared, creando una senda luminosa. Suí-suí-ZUM, un último gran esfuerzo, y la sombra más larga y aguda apuntó directamente a un pequeño destello. ¡Ahí estaba! El botón brillante de Leo.
¡Lo encontramos! Un gran suspiro de alivio llenó la habitación. Leo recuperó su botón, y su corazón se llenó de alegría. —¡Gracias, Tejita! ¡Eres la araña más valiente! —exclamó. Y nosotros, todos nosotros, aplaudimos su hazaña. Tejita regresó a su ventana, cansada pero feliz. Sui-sui, volvió a marcar las sombras, pero ahora sabíamos que esas agujas no solo medían el tiempo, sino también la gran bondad y la valiente amistad que nos unía.