Nosotros éramos Ruedas y Frenos, un par de patines viejos, olvidados en el rincón más oscuro del sótano. ¡Qué pena nos daba vernos así! Cubiertos de telarañas, con el polvo acunando nuestras correas, soñábamos con días de risas y velocidad. ¿Podría alguien querernos aún? Creíamos que nuestra historia ya había terminado. Un día, con un gran ¡BUM!, una caja llena de viejos cachivaches se cayó justo a nuestro lado.
Y allí, entre la luz que se colaba por un resquicio, vimos algo que nos cambiaría para siempre. No eran solo trastos, ¡eran juguetes! Pequeños ositos de peluche, un tren de madera sin su vía, y un ratoncito de trapo llamado Miko que parecía muy triste. Todos estaban lejos del centro, donde la abuela solía buscar sus cosas perdidas. Nosotros, con un pequeño impulso, descubrimos que podíamos rodar un poquito. ¿Y si...? ¿Y si podíamos ayudarlos? Era una idea diminuta, pero se encendió como una lucecita en nuestro oxidado corazón.