Floté más cerca y descubrí a un pequeño Pajarito Cantor, que estaba intentando volar, pero sus alas se sentían un poco pesadas por la humedad. Me miró con sus ojitos brillantes y pió con tristeza.
—¡Oh, Rolo, Rolo! —chilló—. Necesito una plumita más ligera para volar alto, ¡el cielo se siente tan denso hoy!
—¡Claro que sí! —le dije, y con un pequeño ploff de mi pancita de nube, le di una de mis partes más suaves y secas. El Pajarito Cantor la atrapó y la colocó con cuidado. Enseguida, sintió sus alitas mucho más ligeras y ¡pudo volar sin parar!
Mientras seguía mi camino, vi a la Flor Sonriente, que no podía abrir sus pétalos del todo porque una gota de rocío gigante la mantenía cerrada.
—¡Ay, Rolo, Rolo! —susurró la Flor—. ¡Necesito algo que absorba esta gota tan pesada!
—¡Aquí tienes! —le ofrecí otro pedacito de mi nube, un poco más grande esta vez. La Flor Sonriente lo absorbió y ¡sus pétalos se abrieron radiantes! Justo entonces, una pequeña Mariposa Brillante, que volaba en círculos, me llamó.
—¡Rolo, Rolo! —dijo—. ¡Mi camino está un poco oscuro! ¡Necesito una nubecita que dé sombra para que el sol no me ciegue!
—¡Con gusto! —respondí, dándole otro trozo, y la Mariposa pudo ver su camino con claridad.