Roble era un botón de abrigo, de madera pulida y con dos agujeritos perfectos. Un día de otoño, mientras el viento jugaba con las hojas, ¡zas!, se desprendió de un abrigo y cayó al suave suelo del bosque. Allí se quedó, entre las hojas crujientes de color fuego, sintiéndose un poco inútil. ¿Para qué servía un botón sin su abrigo? Se preguntaba, mientras el sol de la tarde filtraba sus rayos dorados entre las ramas, haciendo que todo pareciera un sueño.