Sabía que tenía que hacer algo. Decidí usar mi poder. Empecé a doblarme y desenrollarme, ¡uno, dos, tres!, buscando ideas perdidas por toda la mesa. Recogí un garabato de una flor de aquí, un pedacito de un riachuelo de allá, y una manchita de verde de más allá. Los fui juntando con mi cuerpo, como si fuera un pequeño imán de sueños. Lápiz Verde me miraba con ojos esperanzados, pero yo sentía que no era suficiente. Las ideas eran buenas, pero no formaban un bosque completo.
Entonces, tuve una idea brillante. Me acerqué a la señora Goma de Borrar, que era muy sabia, y le pregunté:
—¿Crees que podríamos juntar nuestras ideas?
La Goma de Borrar sonrió y me dijo: —Claro, Curva. ¡Juntos somos más fuertes!
Con su ayuda, y la de un pequeño trozo de Tiza Roja que aportó sus propios rayitos de sol, empezamos a doblar y desenrollar, ¡uno, dos, tres!, creando un ritmo alegre. Juntamos mis garabatos, los suaves trazos de la Goma y los brillos de la Tiza. Al unirlos todos, ¡zas!, surgieron en el aire pequeñas constelaciones de nuevas ideas: árboles altísimos, flores que bailaban y animalitos que correteaban, brillantes como luciérnagas en la noche.
Lápiz Verde, con los ojos redondos como canicas, tomó todas esas ideas y las dibujó en su papel. ¡Su bosque mágico cobró vida! Era el bosque más vibrante y alegre que Ana había visto jamás. Aprendí que incluso un viejo clip de papel como yo puede hacer cosas maravillosas, especialmente cuando contamos con la ayuda de nuestros amigos. Y así, con un chasquido de alegría, el tarro de lápices volvió a llenarse de risas y el sonido rítmico de nuevas ideas naciendo.