El aire de la habitación era suave, cálido, como un abrazo invisible. El niño dormía tan profundamente que su aliento creaba pequeñas corrientes, como ríos de aire que nadie más podía ver. Alita sentía esas corrientes acariciarla, un cosquilleo apenas perceptible en sus barbas. De repente, una ráfaga diminuta, un susurro de aire más fuerte, la levantó un poquito del suelo. Flotando, flotando, como un suave suspiro, Alita se elevó un instante, solo para caer de nuevo.
Pero la noche era mágica, y los sueños del niño empezaban a tejerse, grandes y luminosos. El niño soñaba que volaba, que sus brazos eran alas y que el cielo era suyo. Su respiración se hizo un poco más profunda, más rítmica, y un pequeño torbellino de aire se formó a su alrededor. Alita, como atraída por un imán invisible, sintió cómo ese aliento la impulsaba de nuevo. ¡Arriba! Flotando, flotando, como un suave suspiro, Alita subió, más alto esta vez, como una pequeña brizna de nube.