Mirando las chispitas que había reunido, Rizos pensó: —¿Podrían estas pequeñas luces ayudar a Lía a encontrar su historia? Con un esfuerzo y un giro especial, empezó a unirlas, tejiéndolas como si fueran hilos invisibles. ¡Puf, puf, puf! Las chispitas se juntaron, formando una nubecita suave y luminosa. La llamó su nube de imaginación. Con la siguiente ráfaga de aire, Rizos impulsó la nubecita hacia la niña. —¿Pero, ay, qué hago yo con esto? —dudó Rizos mientras la nube flotaba lentamente, esperando que su idea funcionara.
La nubecita aterrizó suavemente justo al lado de la niña. Lía, curiosa, la tocó con la punta de su dedo. —¡Oh! —exclamó Lía, y sus ojos se iluminaron—. ¡Es una nave espacial que vuela a la Luna, y lleva gatitos astronautas! De repente, Lía empezó a dibujar con una alegría contagiosa. Rizos se dio cuenta de lo que eran esas chispitas: eran pequeños sueños olvidados, esperando ser encontrados. Y él, Rizos, el mechón de pelo, era el guardián de esos sueños, el tejedor de nubes para que los niños como Lía nunca se quedaran sin una historia mágica antes de dormir. Su corazón rizado se hinchó de felicidad al saber que había ayudado.