En una plaza llena de sol y risas, vivía Ritin, el Rayito de Color. Ritin era pequeño y brillante, hecho de mil colores suaves, y su misión era pintar sonrisas por todas partes. Siempre llevaba consigo un pequeño frasco lleno de chispitas de alegría, perfectas para cada nueva obra. Pero hoy, ¡oh, no! Ritin, un poquito despistado, dio un giro demasiado rápido y su preciado frasco se le resbaló de las manitas invisibles. ¡Plop! Desapareció. —¡Oh, no, mis chispitas! —exclamó con un pequeño squish de preocupación.
¡Chispitas de alegría, a volar, a pintar el día! pensaba Ritin, pero ahora estaban perdidas. Miró debajo de una paloma gorda y gris que dormía la siesta. La paloma, al sentir el cosquilleo, abrió un ojo. —¿Coo-coo, Ritin? ¿Buscas acaso mi sombrero de nueces voladoras? —preguntó con un guiño. Ritin, aunque le pareció una idea muy curiosa, negó con la cabeza. ¿Dónde estarán mis chispitas? —se preguntó.