Yo era Peludín, un monstruo verde y peludo que vivía bajo la cama, con ojos saltones como canicas de gelatina y unos dientes tan suaves como algodón de azúcar. La noche de Halloween, mientras el aire empezaba a oler a calabaza y misterio, sentí un cosquilleo diferente en mi corazón. Estaba cansado de ser el "monstruo aterrador" que solo daba pequeños sustos juguetones. Este año, mi gran sueño era ir a la fiesta de disfraces de la casa vecina vestido de… ¡niño humano! Era una idea tan disparatada que mi cola se movía como un resorte loco. ¡Fli-fli-flú!
Mi primera misión fue encontrar ropa. ¡Oh, qué odisea! Me escabullí por el pasillo oscuro, mi cuerpo verde brillando apenas con la luz de la luna que se colaba por la ventana. Todo lo que encontraba era o demasiado grande, como un par de pantalones que parecían sacos de dormir para gigantes, o demasiado pequeño. Intenté meterme en unos vaqueros azules, pero mi cola peluda era tan rebelde como una serpiente de juguete y simplemente no cabía. ¡Puf! Dije yo, con un suspiro que sonaba a burbuja que se escapa.