Tú conociste a Nevado, el muñeco de nieve de trapo que vivía en el rincón de juegos de la guardería. Nevado nunca se derretía, ni un poquito, ni cuando el sol entraba por la ventana y calentaba el suelo. Un día, mientras los niños jugaban ruidosamente con bloques de colores, Nevado sintió una extraña cosquilla en su panza de algodón. Pensó que era un susurro, un susurro suave, un susurro de invierno. Se dio cuenta de que podía cantar, ¡sí, cantar! Suaves canciones de nieve que solo él podía escuchar al principio, como un secreto helado que quería compartir.