Hera, la reina de los dioses, miraba el vasto Olimpo desde su trono. A veces, las familias divinas, tan poderosas y llenas de luz, parecían distantes. Cada dios y diosa, inmerso en su propio dominio, apenas compartía risas o historias, y un suspiro suave escapaba de los labios de Hera. Ella anhelaba que siempre hubiera algo que los uniera, un lazo invisible que les recordara su afecto mutuo y la alegría de ser familia.