Con sus hojitas curiosas, Liloa se estiró y recogió el objeto. ¡Era una tapa de botella de plástico, lisa y brillante! Sus pétalos se iluminaron con un violeta intenso. Se sentía como si hubiera encontrado un tesoro. Entonces, Liloa canturreó suavemente:
«¡Un brillo olvidado encontré, qué bonito será si lo cuidé!»
No mucho después, un poco más allá, vio otro brillo: una cinta de tela de colores, un poco deshilachada. También la recogió con cuidado, y sus pétalos volvieron a brillar con una luz muy alegre. Otra vez, Liloa cantó con más fuerza:
«¡Un brillo olvidado y otro más encontré, qué bonitos serán si los cuidé!»
Animada por sus hallazgos, Liloa se movió hasta que encontró un tercer brillo: una pequeña rueda de coche de juguete, de un azul eléctrico. Llevó los tres objetos a sus amigos más cercanos: Pip, el pequeño petirrojo que siempre cantaba, Ulula, la sabia tortuga de estanque que siempre pensaba, y Sali, la curiosa libélula que volaba muy rápido. Liloa les mostró sus "tesoros" con gran entusiasmo, pero ellos se miraron un poco confundidos. —Liloa, querida flor —dijo Ulula con voz lenta—, esos no son tesoros del bosque, son cosas que no deberían estar aquí. Los pétalos de Liloa se cerraron un poquito, y su brillo violeta se atenuó, ¿había cometido un error?