Yo soy Barnaby, el ornitorrinco inventor más despistado de la comarca. Mi taller, ¡ay, qué desastre!, estaba lleno de cables que serpenteaban como espaguetis locos y engranajes que clic-clac-clic giraban sin sentido. Mis inventos, por muy ingeniosos que parecieran, siempre hacían lo inesperado. Por ejemplo, mi “Máquina de Cosquillas Cósmicas” solo producía burbujas de jabón con sabor a calcetín usado. Un día, llegó mi pequeño sobrino Pip, con sus ojos brillantes, brillantes como estrellas fugaces y una sonrisa que era como un sol de verano. —¡Hola, tío Barnaby! ¿Qué estás tramando hoy? —me preguntó, rebotando de entusiasmo. Yo señalé mi última creación, un “Proyector de Nubes Comestibles”. —Este, mi querido Pip, hará nubes de algodón de azúcar. Solo presiono este botón...