En el corazón de su taller, donde el olor a madera y chispas danzaban en el aire, el ingenioso Dédalo estaba inmerso en sus inventos. De repente, una sensación peculiar lo envolvió: su martillo más pequeño, ese que usaba para los detalles más delicados, comenzó a vibrar con una melodía silenciosa. Era casi como si el martillo tuviera su propio corazón latente, un pequeño secreto tembloroso.