Tú eres Cuchy, una cuchara de madera, y vives en el cajón de los tesoros brillantes. Allí, entre tenedores que guiñan con sus dientes de plata y cuchillos que relucen como espejos mágicos, te sientes un poco... simple. Tus amigos, los cubiertos de metal, brillan y brillan, mientras tú, tan marrón y tan tranquila, a veces suspiras. —¡Qué pena! —murmuras a un tenedor con bigote—. Yo solo soy de madera. Y en esos momentos de duda, tu pequeña cabeza de cuchara piensa: ¡Oh, cielos y cucharones! ¿Seré solo un palito con cabeza?
Un día, ¡zas!, una mano gigante te saca del cajón, no para comer, sino para... ¡nada! Te quedas sobre la encimera, justo al lado de un montón de harina blanca y suave, como una nube caída del cielo. A tu alrededor, los cubiertos de metal te miran desde el cajón abierto, algunos con curiosidad, otros con un aire de superioridad. —Mira a Cuchy —dice una cucharilla de postre, muy elegante—. ¿Qué hará esa cuchara tan sencilla ahí fuera? Tú, con tu corazón de madera, sientes un pequeño temblor. ¡Oh, cielos y cucharones! ¿Seré solo un palito con cabeza? Te sientes tan pequeña, tan insignificante, al lado de la gran montaña de harina.