Crista vio una cabaña. ¡Perfecto! Se acercó, girando con gracia, y se posó con cuidado sobre el cristal de una ventana. Allí, dentro, parpadeaba una vela, y Crista, con su magia especial, reflejó su luz, creando un pequeño mapa brillante. Un conejito tembloroso, que pasaba por allí, vio el resplandor. —¡Qué luz tan curiosa! —murmuró, ¿pero sería suficiente su pequeño brillo para guiarlo? Crista pensó: “¡Brilla, brilla, lucecita de paz!” Se deslizó un poco, ¿podría hacerlo mejor?
No se rindió. ¡Nunca, nunca! Crista flotó hasta otra ventana, esta vez con más fuerza y más intención. Se pegó al cristal con todas sus delicadas puntas, reflejando y reflejando la luz de la vela con tal claridad que el brillo se volvió un verdadero mapa dorado. Un pequeño zorro, que buscaba su camino, vio aquella señal. —¡Qué camino tan claro! —exclamó con una sonrisa. Pero, ¿y si aún no era el mapa más honesto y brillante que podía crear? Con un sussurro de viento, Crista se fue a una tercera ventana, decidida a mostrar el camino más, más y más claro.