Rayas intenta con todas sus fuerzas disolver el barro con su magia de color, pero es difícil. Gira y gira, sintiendo el cansancio en su pequeño elástico. El arcoíris aparece, pero el barro lo absorbe, volviéndolo gris y triste. Se siente desanimado. —Pareces un pequeño molinillo de colores frustrado, Rayas —dice Suave, un viejo paño de cocina de bordes deshilachados que lo observa con ojos amables—. ¿Qué te pasa?
—Quiero que el agua sea bonita otra vez, ¡que el arcoíris brille para todos! —responde Rayas, casi con un suspiro—. Pero el barro es muy fuerte, ¡no puedo solo! Suave sonríe, sus hilos suaves casi brillan con sabiduría. —No tienes que hacerlo solo. A veces, la perseverancia necesita un poco de amistad. Intenta esto: Concéntrate en la alegría. Gira uno, concéntrate en el azul del cielo. Gira dos, en el verde de la hierba. Gira tres, en el amarillo del sol. ¡Y luego, libera esa energía con todo tu corazón! Rayas asiente, y juntos, Suave le da un pequeño empujón rítmico.
Así, con Suave animándolo, Rayas cierra los ojos y se concentra, girando con una nueva determinación. El arcoíris líquido surge, esta vez más poderoso y brillante que nunca. Primero, el agua se vuelve de un azul cielo profundo, luego se transforma en un verde esmeralda resplandeciente, y finalmente, un amarillo dorado que disipa la oscuridad. Las demás prendas bailan, sus colores ahora más vivos que nunca. Rayas descubre que la verdadera magia no solo está en sus rayas, sino en la amistad y en nunca rendirse, ¡incluso cuando el barro parece invencible!