Pero ese día, no había volcanes. En cambio, tú escuchaste un sonido muy molesto. Los columpios, que antes se movían suaves, ahora hacían un ruido terrible: ¡Ñiiiiic, ñiiiiic! Rojo Fuego lo notó. Vio al columpio uno, luego al dos, y después al tercer columpio chirriar sin parar. ¿Sería eso un tipo de fuego?
Rojo Fuego sabía que no era un incendio, pero sí un problema. Con una idea brillante, decidió ayudar. Desplegó su escalera, que se estiró ¡Uoooooh! muy alto. En la punta llevaba una pequeña aceitera.
—¡Aquí voy! —dijo Rojo Fuego—.
Y, con mucho cuidado, puso una gotita de aceite en cada cadena. ¡Glu-glu-glu! Sonaba la aceitera.