Yo, Plumífero, el vigilante de esta plaza, siempre observo. Hoy, mis ojos de paloma se fijan en Gulú, un pequeño botón rojo brillante con ojitos de hilo blanco y un sombrerito marinero imaginario. Vive en la grieta de una baldosa, justo al lado de la fuente. Cada mañana, lo veo asomar su redonda cabeza, mirando el agua burbujeante con una mezcla de deseo y temor. Cuando intenta dar un pasito, su cuerpecito hace un suave ¡Wibble-wobble!, pero luego se detiene, muy tímido. ¿No es curioso que algo tan pequeño anhele algo tan grande?
—¡Pst, Gulú! —le grazno suavemente, aunque no estoy seguro de que me entienda—. ¡El agua no muerde! ¿Acaso no quieres sentir esa frescura? —Parece que Gulú me mira. ¡Wibble-wobble! Mueve un poco sus ojitos de hilo. De repente, una de mis primas, Palomita, aterriza con un ¡FLAP-FLAP! estruendoso, justo al lado de Gulú. Ella, con su pata, empuja una migaja de pan gigante, tan grande como Gulú. —¡Para que tengas energía, pequeño! —dice Palomita, aunque Gulú solo la mira, sin saber qué hacer con esa montaña de pan.