Había una vez un fantasma pequeñito, más ligero que una nube de algodón, llamado el Fantasma Estornudón. Él soñaba con ser el fantasma más asustadizo de la Noche de Halloween. Quería decir un gran '¡Buu!' y hacer temblar a los niños para conseguir muchos caramelos. Pero, por más que lo intentaba con todas sus fuerzas, su '¡Buu!' siempre se convertía en un ruidoso ¡Beee-chú!, y de su nariz salía, ¡Plof!, una burbuja de jabón gigante y brillante.