Señor Poste, un viejo y sabio farol que veía pasar la vida en la esquina, observaba a Semáforo Rojo. Semáforo Rojo, recto y reluciente, cumplía su labor día tras día. Cambiaba de luz: rojo para alto, verde para siga. Pero, ¡ay!, a veces sentía un aburrimiento abrumador. Pensaba: «¿Solo esto? ¿Siempre lo mismo?» El bullicio brillante de la ciudad era constante. Coches, camiones, bicicletas y personas pasaban sin cesar. Cada vez que cambiaba, el estribillo resonaba en el aire: «¡Rojo, amarillo, verde! El corazón de la ciudad late fuerte, ¡sí!»