¡Pum-pum-pum! —te susurraba yo, la milonga, mientras flotabas, Corazoncito, un globo de helio rojo como una cereza. Eras tan suave como una nube rosada, y te sentías tan feliz en la mano de aquel niño. Pero de repente, ¡zas!, un soplo de viento juguetón te llevó lejos, por encima de las cabezas de los niños que reían en la plaza. Tú, Corazoncito, volabas libre, libre como un pajarito que estrena sus alas, y yo te seguía con mi ritmo.