En el fondo de una mochila azul, vivía una piedrita diminuta llamada Chispita. Era pequeñita, más pequeña que tu pulgar, pero brillaba como una minúscula estrella cuando la luz la encontraba. Chispita amaba su hogar oscuro y suave, y amaba a la niña dueña de la mochila, que siempre la llevaba a todas partes. Cada mañana, Chispita esperaba, tranquila, escuchando los ruidos de la casa. Sabía que su momento especial estaba por llegar.