Nosotros, los pequeños seres de la noche, vimos cómo la luna de Halloween se asomaba, redonda y naranja como una calabaza gigante. Las luces de las linternas parpadeaban, y los disfraces de los niños brillaban bajo el suave resplandor de las velas. Esa noche, Chirri, nuestro murciélago más pequeño, ajustó su mochila de cuero miniatura, llena de "dulces secretos": pequeños pergaminos con mensajes tan tiernos como un abrazo. Su sueño era dejarlos en las ventanas de los niños, un regalo especial de la noche.
Con un ¡Aleteo, aleteo! de sus alas, Chirri se lanzó al aire. Pero el viento de Halloween no era un viento cualquiera; era un viento juguetón, lleno de cosquillas y travesuras. Justo cuando Chirri se acercaba a una ventana, un ¡Fiuuu! descarado le arrebataba un pergamino, haciéndolo bailar en círculos como una hojita de otoño. Intentó de nuevo, y otra vez, pero los dulces secretos se perdían, escondidos entre las ramas de los árboles con un ¡Pfff! travieso del viento. Chirri suspiró, sus ojitos brillantes un poco frustrados.