Pero tus luces no eran solo para ti. Un viejo calcetín desparejado, en el fondo, sentía un calorcito. Una canica perdida, rodando, ¡toc, toc!, seguía el sendero de estrellas que tú formabas. Un día, un susurro vino de la profundidad oscura: —¡Qué bonitas luces, Bip! ¡Nunca había visto algo tan centelleante aquí abajo! —Y tú, Bip, sentías tu corazón ¡pum, pum! de alegría. Tus luces ya no eran solo tuyas, eran para todos.
Y así, tú, Bip, el botón brillante y bondadoso, transformaste el viejo bolsillo. Ya no era un lugar oscuro y olvidado, sino un cielo estrellado, lleno de pequeñas maravillas y suaves brillos para compartir. Todos los días, con tus saltos y tus giros, recordabas que incluso lo más pequeño puede iluminar el mundo y hacer sentir a todos parte de algo grandioso. ¡Brilla, brilla, botón de luz, tu magia es la virtud!