En la cueva, ¡ay!, qué oscuridad tan oscurísima! Bartolomé, el murciélago más chiquitín, pliegapiega sus alitas. Todos los demás murciélagos, grandes y roncadores, ya duermen colgados, ¡uno, dos, tres! como calcetines viejos. Pero Bartolomé siente un cosquilleo en su pancita. La oscuridad lo envuelve como una manta muy, muy pesada. Sus hermanos, con voces gruesas, le susurran: —¡Los murciélagos no tienen miedo, Bartolomé! —Pero él, ¡ay!, se siente más solito que una hoja en un árbol seco. Así que, con un ¡fiuuu! valiente, decide que esta noche de Halloween, la noche de las luces bailonas y las calabazas sonrientes, no se quedará en su cueva. ¡No, señor! Volará a buscar su propia chispa de valentía.