Tronco Viajero era un pequeño tronco de madera que flotaba con calma por un río de aguas mansas. Se sentía muy especial, no por ser brillante o liso, sino por su superficie rugosa y llena de pequeños recovecos. Le encantaba sentir el sol sobre su corteza y ver el mundo pasar, preguntándose qué maravillas esconderían las orillas lejanas.
Un día, mientras flotaba junto a una rama caída, apareció un diminuto escarabajo con un problema: el puente de hojas que usaba se había roto.
—¡Oh, no! ¿Cómo cruzaré ahora? —exclamó el escarabajo, llamado Bichito Veloz, mirando el río con desesperación.
Tronco Viajero sintió una punzada, pero luego dudó: —¡Oh, cielos, ¿y si no soy un buen barquito? —pensó, sintiendo un leve temblor.
Pero Bichito Veloz no dudó. Saltó sobre Tronco Viajero y, para su sorpresa, sus patitas encontraron un agarre perfecto en la corteza. ¡Era como tener una alfombra antideslizante!