Riqui, un pequeño gorrión con plumitas marrón claro y una bufanda azul brillante, vivía en el tejado de una casa antigua. ¡Ah, ese tejado! Siempre se quejaba de las tejas resbaladizas después de la lluvia. —¡Pío-pío-plish! —decía Riqui, mientras saltaba con cuidado. Las gotitas de agua bailaban y formaban pequeños charcos, espejos diminutos que no le gustaban. Riqui solo veía resbalones, solo veía lo difícil que era caminar. Pero un día, mientras el sol asomaba tímidamente entre las nubes grises, Riqui notó algo diferente.