Reflejo, un pequeño par de gafas de sol de juguete, esperaba en la oscura caja de disfraces. Soñaba con la aventura, con ver el mundo más allá de la tela de araña y los viejos sombreros. Reflejo quería ser útil, quería que alguien lo eligiera. Un día, una manita curiosa lo encontró. ¡Era Leo! Leo se puso a Reflejo en la nariz y... ¡Chas! El mundo cambió. El viejo tapete de la sala se transformó en una alfombra voladora de mil colores, lista para despegar.
Leo se rió a carcajadas. ¡Qué divertido! Pero cuando Leo se quitó a Reflejo, la magia desapareció. El tapete volvió a ser un tapete. Reflejo sintió un poquito de desilusión. "¡No te rindas, Leo!", pensó con todas sus fuerzas de juguete. Leo, sintiendo una chispa de curiosidad, volvió a ponerse a Reflejo. ¡Chas-plim! Esta vez, la aburrida silla de la cocina se convirtió en un amigable dragón verde que sacudía su cola.