En la última página de cada cuento, vivía un Punto. Un punto muy, muy pequeñito y redondo que se llamaba Punto Final. Estaba aburrido. Siempre, SIEMPRE, debía terminar la misma frase. La misma frase, una y otra vez. «Colorín colorado, este cuento se ha acabado.» Punto Final quería ver otras palabras, quería ver otros mundos. Aquella noche, la víspera de Halloween, una suave luz anaranjada se colaba por la ventana, y Punto Final sintió un cosquilleo de valentía.