En el estuche de Leo, vivía un sacapuntas muy especial llamado PuntaFina. No era un sacapuntas cualquiera; era pequeño pero poderoso, con un cuerpo verde brillante y una hojita de metal que siempre estaba lista para la acción. Cuando afilaba un lápiz, ¡zas!, no solo le sacaba punta, sino que también liberaba unas chispas diminutas, tan alegres como confeti de hadas, que volaban por la habitación. Estas chispas, de mil colores, se posaban suavemente en los dibujos de Leo, haciéndolos brillar un poquito más, como si les hubieran dado un beso de sol.