Yo era Plastilín Amigo, un trocito de plastilina azul, y mi vida giraba en la mesa de juegos de un niño llamado Leo. Un día, ¡zas!, caí al suelo. Estaba un poco asustado, como un guisante rodando por una montaña. Pero entonces, sentí el polvo suave bajo mi cuerpo. ¡Qué sorpresa! Al moverme, mis pequeños pies se moldearon con la pelusa y, ¡oh, magia!, dejé una huella. Era una patita pequeña, tan delicada como una hoja recién caída. Podía crear huellas de animales en el polvo, ¡como si los animalitos hubieran visitado la habitación en secreto! Mi corazón de plastilina palpitó de alegría.
Mi primera aventura fue intentar dejar la huella de un pajarito. Me estiré y me encogí, con suavidad, suavecito, se deslizaba mi cuerpo. La huella apareció, perfecta, pero noté que el polvo no era solo polvo; había miguitas y trocitos brillantes. "¡Ay, ay, ay, mi cuerpo azul no sabe qué hacer!", pensé. Luego, intenté la de una ardilla, ágil y curiosa. Mientras la creaba, una pequeña bola de pelusa, que parecía tener dos ojitos brillantes, se acercó. Era Pelusa Curiosa.
—¡Hola! —dijo Pelusa con un hilito de voz—. ¡Qué bonitas huellas! Pero, ¿no crees que este suelo está un poco... revuelto?
—Bueno —respondí—, es parte de la magia, ¿no?