En la víspera de Halloween, Pepita era una calabaza de adorno muy chiquitita, la más pequeña de todas. Se sentaba en el porche, rodeada de sus primas gigantes, que eran enormes y tenían caras talladas, ¡listas para asustar! Pepita las miraba con un suspiro. «¡Ay, qué pequeña soy!», pensaba con tristeza. Soñaba con ser grande y terrorífica, como ellas, para que todos la admiraran. Se sentía tan insignificante al lado de esas calabazas enormes.