En el alféizar soleado de una ventana, vivía Pepita, una semilla de aguacate. Era pequeña como una gota de rocío y se sentía un poco olvidada. Un día, por puro aburrimiento, Pepita giró muy, muy despacio. ¡Y ocurrió algo mágico! De su interior brotó un suave rumor de tierra, un sonido tan tierno como el murmullo de un arroyo.
Este rumor era especial. Las plantitas de maceta, que antes estaban un poco caídas y tristes, empezaron a escucharla. Cuando Pepita giraba y giraba, su rumor las envolvía, calmándolas. Sus tallos se enderezaban, firmes como pequeños faros, y sus hojitas se abrían, buscando el sol. Pepita sentía una alegría nueva, pero a veces, cuando una plantita estaba muy, muy mal, pensaba: —Ay, ay, ay, ¿qué haré yo si no sé cómo?