Yo era Palito, una pequeña cuchara de helado de madera, y pasaba mis días en el fondo de la caja de utensilios de picnic, sintiéndome un poco olvidado. No era un tenedor para pinchar cosas importantes, ni un cuchillo para cortar grandes panes. Un día, aburrido como una ostra en un día sin marea, me golpeé suavemente contra el borde de la caja. ¡Chas! Un pequeño sonido, casi imperceptible. Lo repetí, ¡chas, chas, chas! Era como si un tambor diminuto hubiera cobrado vida en mis manos de madera.