Yo era Nuez, una ardilla pequeña pero con un gran problema: siempre, siempre, siempre olvidaba dónde enterraba mis bellotas. ¡Ay, ay, ay, qué desastre! Cavaba y cavaba, ¡rasca, rasca, rasca!, pero mis preciadas provisiones se perdían en la tierra húmeda. Mis amigos, los demás animalitos del parque, a veces se reían con cariño. —¡Nuez, Nuez! —decían—, ¡otra vez buscando tus bellotas perdidas! Yo solo movía mi cola peluda, un poco triste, un poco frustrada. Necesitaba una solución para no pasar hambre en invierno, o mis bellotas se quedarían para siempre bajo las ramas retorcidas del viejo sauce.