De repente, ¿qué es ese gruñido tan bajo? ¿Un dragón lector? Te quedas quieta. «¡Ay, ay, ay, ¿y ahora qué haré?» te preguntas, tu rueda de metal temblando un poquito. El sonido viene de un libro gigante, polvoriento y con una tapa de cuero gruesa. Parece un guardián de historias. Para llegar a él, primero, ¿cómo pasar las altas torres de enciclopedias que se tambalean? Las mueves con cuidado, una por una. Luego, ¿cómo esquivar las telarañas que brillan como hilos de plata sin que se peguen a tu punta? Pasas rozando. Finalmente, ¿cómo subir por el montón de cojines blanditos que parecen nubes? Saltas con agilidad. Pero el gruñido sigue y sigue.
Al fin, frente al libro, el sonido se hace más fuerte. Es una melodía rítmica, un poco ronca. Tú, con tu corazón de metal latiendo, te atreves a susurrar: —¿Hay alguien ahí? El libro no responde, pero el gruñido continúa. ¿Es un gigante dormido? ¿Un ogro lector de cuentos? Te acercas más. ¿Podría ser una historia muy ruidosa? Con cuidado, empujas la tapa. ¡Oh, sorpresa! No es un dragón. No es un gigante. Ni siquiera un pequeño ratón. Es el bibliotecario, el Señor Bigote, roncando plácidamente detrás del libro, usando el lomo como almohada.