La idea de sembrar miles de flores en mundos maravillosos tentó a Nebulosa. Nos decía: Más rápido, más brillante, más lejos. El Cometa Cascarrabias insistía, susurrando promesas de fama estelar. —Solo un poquito, Nebulosa. Nadie lo sabrá. Pero, pero, la pequeña nube recordó las palabras de su abuela cósmica: "La verdad, aunque a veces sea lenta, siempre brilla más que la mentira". Y aunque el camino con el cometa parecía fácil y fugaz, Nebulosa sabía que no era el correcto. Suspiró una nubecita de vapor estelar.
—No, Cometa Cascarrabias —dijo Nebulosa con voz firme, aunque sus partículas temblaban un poco—. Prefiero sembrar mis semillas lentamente, pero con honestidad. No necesito atajos. El cometa, sorprendido, bufó y se marchó, dejando un rastro de polvo de estrellas gruñón. Nebulosa, aunque un poco triste por el encuentro, se sintió ligera y libre. Comenzó a girar, a girar, a girar con sus amigas nubes, creando más semillas. Nos dimos cuenta de que, aunque su progreso era más pausado, cada flor que nacía de sus semillas era especialmente vibrante, llena de una luz pura y poderosa.
Y así, poco a poco, Nebulosa llenó el universo de bellas y brillantes flores luminosas. Los planetas, antes oscuros, ahora estaban salpicados de puntos de luz que parecían pequeñas esperanzas. La honestidad de Nebulosa no solo le trajo la satisfacción de un trabajo bien hecho, sino que también la convirtió en la nube más respetada de la galaxia. Su brillante ejemplo nos enseñó que, aunque las promesas fáciles puedan parecer tentadoras, la verdadera magia y la felicidad duradera se encuentran siempre en la honestidad y la paciencia. Y así fue como la pequeña nube de polvo cósmico se convirtió en la gran jardinera de las estrellas.