Melo no era un murciélago cualquiera, ¡oh, no! Mientras sus amigos zzzz zumbaban buscando mosquitos, él, con sus ojitos curiosos y redondos, prefería coleccionar piedritas brillantes y cantar nanas desafinadas que sonaban a plim-plam-plom. En la víspera de Halloween, con la luna gorda y anaranjada asomando, Melo tenía una misión muy, muy importante: encontrar el objeto más resplandeciente del mundo para decorar su ‘cueva-joya’. Sus alas, suaves y grises, revoloteaban con una expectativa dulce.