Yo era Llavín, una llave pequeñita y antigua, que vivía en un llavero lleno de llaves grandes y brillantes. ¡Ellas sí que brillaban como estrellas! Pero yo, Llavín, me sentía un poco inútil, un poco invisible. Mi única misión era abrir un viejo cajón de madera, que siempre estaba vacío y silencioso como un sueño. Un día, quise probar algo nuevo, ¿sabes? Me acerqué a una cajita musical que vi en un estante. Intenté girar mi cuerpo en su ranura, pero no encajaba. —¡Oh, qué pena! —pensé. Y mi pequeño corazón de metal se encogió un poquito. Ay, ay, ay, mi corazón de metal, ¿serviré para algo más que un cajón banal?