Arquitecta era una hormiguita con un casco minúsculo y botas rojas que le quedaban un poco grandes. Su pasión era construir, y ese día trabajaba en un enorme tronco caído, tan grueso como un autobús, en medio del bosque. Golpeaba la madera con su pequeña piqueta, cavando túneles para el nuevo hormiguero. Estaba sola, y el trabajo era lento, más lento que una tortuga dormida. "¡Toc, toc, toc, qué aburrido!", pensó, mientras el eco de su piqueta rebotaba en la corteza.
Un día, mientras Arquitecta picaba la madera, notó algo extraño. Al golpear un trozo más oscuro, sonó un "¡Plim!" grave y resonante. Luego, un poco más allá, en una veta clara, un "¡Chin!" agudo y brillante. ¡Era como si el tronco tuviera su propia orquesta escondida! La hormiguita, con los ojos grandes como canicas, empezó a probar: —"¿Y si golpeo aquí?" —preguntó al aire. La madera respondió con un "¡Boom!" sorpresa. —"¡Qué divertido!", exclamó.