Y entonces, ocurre la magia. Mis luces no solo parpadean, ¡parece que saltan de alegría! Mi poste se balancea un poquito, ¡ñiqui-ñaca!, como si tuviera cosquillas por dentro. Los niños, al principio tímidos, empiezan a mover los pies. Una niña con coletas, Lía, suelta su mochila y da un pequeño giro como una peonza. Otro niño, con una gorra al revés, ¡empieza a hacer el robot más gracioso! Y yo, Fito, grito con todas mis luces: "¡Luces de colores, a bailar sin temores!"
La calle entera se convierte en una fiesta. Pío, la paloma, incluso hace una reverencia al ritmo, ¡parece que le gusta! Los coches esperan pacientes, y algunos conductores hasta tocan la bocina al compás de la música imaginaria. ¡Qué maravilla! Ya no soy solo Fito el semáforo aburrido. Soy Fito, el semáforo bailarín que reparte alegría a cada parpadeo. Y mi corazón de luz brilla con una confianza que nunca antes había sentido. "¡Luces de colores, a bailar sin temores!" —repetimos todos, ¡y la ciudad vibra de risa y felicidad!