En la víspera de Halloween, entre calabazas sonrientes y luces titilantes, vivía un fantasmita diminuto llamado Gasparín. Era tan, tan tímido que apenas sabía susurrar. Mientras sus amigos fantasmas, grandes y ruidosos, practicaban sus fuertes '¡BUU!' para asustar, Gasparín se sentía pequeñito y triste. Sus ojitos grandes se llenaban de melancolía, pues él solo podía murmurar un suave, casi inaudible, '¡Buu!'