Volé por encima de las hileras de lechugas, que parecían pequeñas almohadas verdes, siguiendo la dulce estela. Mi corazón diminuto pum-pum-pum latía de emoción. Conté uno macetero de albahaca, dos arbustos de frambuesa, y tres tomates redondos como canicas gigantes. De repente, vi algo que brillaba entre las hojas de una planta alta. ¡Oh, no! Mi defecto era que las cosas brillantes me distraían mucho. Me acerqué volando a lo que parecía una gota de rocío gigante que reflejaba el sol. De repente, una voz suave me dijo:
—¡Cuidado, Blip! ¿Viste el camino?
Era Lía, una mariquita muy sabia que vivía cerca.
Miré a Lía y me di cuenta de que me había desviado. El olor dulce seguía allí, pero ahora venía de dos direcciones: un sendero que iba hacia las flores de girasol, y otro que se escondía detrás de unas calabazas enormes. Recordé que el aroma era profundo y casi secreto. Si hubiera ido hacia los girasoles, habría encontrado el sol más brillante, ¡pero el misterio no era el sol! Elegí el camino de las calabazas. Estaba un poco oscuro allí, y una sombra larga se movía lentamente como un monstruo dormido. Tenía un pequeño miedo a las sombras grandes, pero el dulce olor me llamaba. Recuerdo que mi patita tembló un poquito.