Nosotros, los lápices de colores, las gomas y los sacapuntas, vivíamos tranquilamente dentro del estuche de Mateo. Éramos un equipo muy ocupado, pero un día llegó una nueva amiga: una pequeña cuenta de un ábaco roto. Ella se sentía pequeña como una migaja y un poco perdida, sin saber para qué servía ahora. Sin embargo, nosotros sabíamos que cada pieza, por pequeña que fuera, tenía un lugar especial en el mundo, y observábamos cómo intentaba encontrar el suyo.