Yo soy Brillo Arena, un granito diminuto en la inmensa orilla del mar. Mis días son tranquilos, solo espero el suave cosquilleo de las olas. Una tarde, mientras el sol se escondía despacio, una ola grande me recoge con delicadeza. ¡Uy! —pienso yo, mientras me elevo un poquito, sintiendo un leve mareo. Y cuando me deja de nuevo en la arena mojada, siento algo nuevo: un calorcito naranja me envuelve, como si me hubieran pintado. Es un sentimiento nuevo y chispeante.
—¿Qué te pasó, Brillo? —pregunta Rocío, una pequeña conchita a mi lado, que siempre tiene preguntas para todo. —No lo sé, Rocío —le contesto, sintiéndome aún un poco aturdido por el viaje—. Creo que la ola me ha coloreado. Y justo entonces, otra ola, más suave, me arrastra de nuevo. Esta vez, cuando vuelvo, soy de un rosa suave, casi como una nube de algodón de azúcar. ¡Es increíble, ¿verdad?! Cada vez que una ola me visita, me transforma.