En lo alto de la casa del árbol más esponjosa, con vistas a un mar de nubes que parecían algodones de azúcar, vive Sonoro, un diminuto ser del mundo de las notas musicales. Sonoro, con su minitraje de director y un bastón del tamaño de una brizna de hierba, tiene una habilidad única: puede tararear melodías perfectas que hacen que todo a su alrededor traquetee suavemente, aunque si lo hace mucho, ¡le da un mareo divertido! Un día, mientras se ajusta su pajarita roja, escucha un suave y misterioso sonido: RUM-RUM-RUUMM. Parece venir de las nubes de abajo, ¡justo donde solían flotar sus 25 nubesitas favoritas, esas que brillaban con luz propia! ¿Dónde se habrán metido?
Sonoro, con su pequeña valentía, decide investigar. Desciende por una escalera de hilos de luna hasta el primer nivel de nubes. —¡Hola, nubesitas! ¿Hay alguien por ahí? —pregunta con su voz diminuta, y el eco le devuelve: —¡Ay, ay, ay! De repente, el sonido RUM-RUM-RUUUMMM? se vuelve un poco más cercano, pero también más confuso. Sonoro decide usar su habilidad. Cierra los ojos y tararea una melodía tan sutil, sutil, sutil que las nubes a su alrededor comienzan a temblar un poquito, como gelatina gigante. ¡Plin-plin-plin! Así hasta 25 veces, buscando la pista entre los suaves soplos del viento.