Cepillín cerró sus pequeños ojos de cepillo y recordó el primer toque, tan delicado y dulce. ¿Sería la suavidad la clave? Se acercó a los azulejos, respiró hondo (o lo que un cepillo de dientes hace para respirar) y comenzó a cepillar con una gentileza extrema. Unas cuantas notas débiles y dispersas aparecieron. Sofía seguía sin conciliar el sueño. "¡Cepilla, cepilla, suave y ligero, la magia del agua te abre un sendero!", nos susurrábamos, intentando darle ánimo y una pista.
Entonces, Cepillín entendió. No era solo la suavidad o la confianza, sino la combinación perfecta de ambos, con el corazón puesto en ayudar. Con una última y maravillosa pasada, sus cerdas danzaron sobre los azulejos. ¡Y sucedió! Una melodía acuática cristalina y continua llenó el baño, como una nana de burbujas. Los dulces destellos de la música arrullaron a Sofía, que finalmente se sumió en un sueño profundo y tranquilo. Cepillín nos miró, orgulloso y valiente. "—¡Lo logramos!", exclamamos. "¡Cepilla, cepilla, suave y ligero, la magia del agua te abre un sendero!", resonó en el baño, sabiendo que hasta el más pequeño de nosotros tiene un poder especial.