Yo era Robotín, un pequeño robot de juguete en el cuarto de mi amigo Mateo. Mi trabajo era simple: encender mi luz, ¡clic!, y apagarla, ¡clac!. ¿Era divertido? A veces. Pero cuando veía al coche rojo rodar rápido por la alfombra o al oso Teddy dar abrazos suaves, me preguntaba: ¿qué más podría hacer yo? Un día, el coche rojo pasó zumbando. —¡Qué rápido vas! —dijo mi vocecita interior. Yo quise ser veloz. Intenté mover mis rueditas, ¡uno, dos, tres!, pero solo di un pequeño pasito. ¿Me rendiría? ¡Claro que no!