Brinco, el viejo carrusel de la feria del pueblo, suspiraba. Sus caballitos de madera, con sus ojos pintados, apenas se movían. Giraba lento, tan lento como una tortuga soñolienta. Los niños lo miraban, pero corrían a los puestos de algodón de azúcar. Brinco se sentía un poco triste, pensando: "¡Ay, ay, ay, mi madera cruje!". Se preguntaba si alguna vez volvería a sentir la emoción de un buen giro.
De repente, una nube de colores vivos aparece. ¡Eran mariposas! Cientos de ellas, como pequeñas flores voladoras, se posan suavemente en los caballitos, en las crines de madera, en los sillines. Con su aleteo suave, tan suave como una caricia, Brinco siente una energía diminuta, un cosquilleo que sube por sus engranajes. Parece que las mariposas le susurran: "¡Puedes hacerlo, Brinco!".